POR BERENICE RIVERA / PSICÓLOGA EN HTECH
La psicología ha definido a las emociones como los estados mentales y corporales que experimentamos, ya sea por factores internos como los pensamientos y el dolor físico, o factores externos como un reencuentro, una discusión, etc. Podríamos decir que, en gran medida, nuestras emociones se presentan como respuestas involuntarias a distintos estímulos.

Comúnmente solemos clasificarlas entre emociones positivas y emociones negativas, debido a cómo nos sentimos cuando transitamos por algunas de ellas o bien por los estímulos que las provocan, pero la realidad es que sólo son emociones y todas son igualmente valiosas, porque tienen un propósito específico.

Cuando hablamos del bienestar emocional, no significa que únicamente debamos sentir emociones positivas, por el contrario, una persona que está en equilibrio y con buena salud emocional siente emociones positivas y negativas. Por ejemplo, en la mañana alguien puede sentirse completamente agradecido y orgulloso por una meta cumplida y por la tarde-noche enojado por el exceso de tráfico. A pesar de esto, la persona puede estar en bienestar, debido a su capacidad para reconocer la emoción, entenderla, expresarla y regularla.

La clasificación correcta de las emociones se divide en básicas y secundarias:

Ya sean emociones básicas o secundarias, todas tienen un propósito y una función: en términos generales podríamos decir que las emociones nos ayudan a sobrevivir y a prosperar, además de que tienen una función adaptativa, social y motivacional. Y sí, esto también incluye a las emociones catalogadas como negativas.

Nos podría resultar un poco más sencillo identificar para qué sirve la alegría, el amor, la gratitud, etc., pero, ¿sabemos en qué nos benefician las emociones negativas? Aquí te muestro la función que tienen y cómo es que contribuyen a nuestro equilibrio emocional.